Acudí recientemente a la exposición sobre el bicentenario del nacimiento de Larra (1809-2009) que ha organizado en los bajos de la Biblioteca Nacional en Madrid, entre otros, el Ministerio de Cultura. En la entrada de la Biblioteca cayó en mis manos un folleto informativo de Cultura en el que se anunciaba la programación de más de 50 actividades -conciertos, cuentacuentos, talleres, teatro de títeres, cine, visitas guiadas, concursos, exposiciones…- con el título Navidades culturales para familias. La oferta parecía atractiva y de calidad y tenía como finalidad que los ciudadanos pudieran ‘disfrutar de la cultura en compañía de sus hijos’, según se podía leer en la hoja informativa.
El objetivo del Ministerio, proseguía el folleto, es hacer accesible ‘la cultura a todos’. ¿Ello es así, realmente? Si atendemos a los lugares donde se desarrollan las actividades programadas comprobaremos que no. Casi todas se celebrarán en Madrid (Biblioteca Nacional, Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, Museo Nacional del Prado, Museo Thyssen-Bornemisza, Museo Nacional de Antropología, Museo Cerralbo, Museo Nacional de Artes Recreativas, Museo Sorolla, Museo de América, Museo Arqueológico Nacional, Museo del Traje-CIPE, Cine Doré-Filmoteca española y Teatro de la Zarzuela) y, excepcionalmente, se contemplan otras en Santander (Museo Nacional y Centro de Investigación de Altamira), Valladolid (Museo Nacional Colegio de San Gregorio), Valencia (Museo Nacional de Cerámica y Artes Sustitutorias González Martí), Cartagena (Museo Nacional de Arqueología Subacuática) y Mérida (Museo Arqueológico Nacional).
Ninguna de esas actividades tendrá lugar en Cataluña. Por lo tanto, no es cierto que el Ministerio de Cultura pretenda hacer llegar la cultura a todos. En la práctica, su dedicación y presupuesto se limitan prácticamente a Madrid. Al final, resultará cierto que la tan cacareada vocación centralista con la que, sistemáticamente, se acusa al Gobierno español por parte de los nacionalistas, habrá encontrado su máxima expresión en el Estado de las Autonomías.
La actividad del Ministerio de Cultura, según hemos tenido ocasión de comprobar, se reduce a la ciudad de Madrid, y poco más, y ello es acogido con satisfacción por los responsables de algunas CCAA que quieren expulsar de sus territorios la presencia institucional del Estado, aun cuando ello suponga empobrecer culturalmente a sus habitantes. Lo triste es que los sucesivos titulares de Cultura han aceptado resignada y dócilmente el papel residual que les reserva una equivocada interpretación de la distribución de competencias.
Es cuanto menos peculiar que la Generalidad de Cataluña pueda organizar con normalidad sus actividades en catalán y castellano (exposiciones, conciertos, teatro infantil, presentación de libros…) en el Centro Cultural Blanquerna de Madrid o subvencionar y programar asiduamente actividades en otros territorios en los que, en principio, no tiene jurisdicción como en las Islas Baleares o la Comunidad Valenciana y que, sin embargo, el Ministerio de Cultura, que se supone que tiene competencias en todo el territorio nacional, asuma mansamente que no puede presentar, por ejemplo, espectáculos infantiles en castellano en Cataluña.
Puedo asegurarles que muchos padres catalanes, despojados, también, por la administración autonómica de la potestad de escoger la lengua de ocio de sus hijos, hubieran disfrutado estas Navidades con Borges para niños (taller de literatura, juegos y dibujos a partir de El libro de los seres imaginarios) o con el teatro de títeres Garbancito en el que se cuenta como el valiente Garbancito fue a parar a la tripa del buey, de donde finalmente se escapó.
Talleres y teatros que nos llevan a la moraleja de este cuento: la ironía del laberinto borgiano del Estado de las autonomías que ha incurrido en todos aquellos pecados que pretendía purgar, y la lección del valeroso personaje infantil de que no hay impedimento ni buey, por consistente que parezca, que no pueda ser vencido con voluntad y constancia.
José Domingo
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