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Fabio. Objetivo directo de la 'epístola moral' de Andrada, sinécdoque de tanto cortesano y palaciego, que, arrastrando la figura, la vergüenza y la decencia, abriga la esperanza de medrar con éxito a expensas de la dignidad. Merecedor a ciencia cierta de las riñas del poeta y de otras nuevas, se instala Fabio, sin embargo, con pujanza en esta sociedad claudicante, admirado y distinguido, aplaudido por los medios esclavos de su amo y por la 'falsa sociedad civil', descrita magistralmente por el profesor De Carreras; dispuesto a abandonar principios en aras de alcanzar el poder a toda costa, sea mediante la sumisión, la deserción de valores, la traición de ideas, hacerse perdonar o ¡vaya usted a saber qué nueva bajada de pantalones!. Hacedor de cartas montillescas contrapuestas a la moral. Objetivo -mediocre- de la magistral misiva, autorreconvertido en remitente, promueve a las 200 entidades a destinatarios de la amonestación fabiesca, que, sin escapatoria, asumen con forzosa resignación y... ¡sin rechistar!.
Ciertamente, nuestro Fabio, no ha inventado la política epistolar -otros muchos se le adelantaron, incluso su antecesor en el cargo-, y tampoco es un prodigio en ese arte, ni en el de la política a secas, pero, qué duda cabe, a él le ha funcionado a costa, eso sí, de los derechos de una parcela muy importante de la comunidad a la que representa. La humanidad siempre se ha distinguido por la abundancia y proliferación de fabios, así como por el fracaso estrepitoso a la hora de desterrarlos. Así nos va...y así nos ha ido.
Ángel Sánchez Ponce
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