***
Tradicionalmente el Estado del Bienestar es aquel que ha ido dotando a sus ciudadanos, a la gran mayoría de sus ciudadanos, de un amplio marco de derechos y de la satisfacción de perentorias necesidades, con lo cual se ha ido facilitando el acceso de todos al bienestar en todos los campos de la necesidad humana.
En nuestro país, el Estado del Bienestar ha dejado al margen a amplias capas de la población y, en los últimos tiempos, el bienestar más general se ha limitado tanto que alcanza solo a algunas capas de esa población.
Esta crisis, que no sé si nuestros gobernantes con su impericia, su negligencia o su ambición han podido provocar pero que sí estoy segura de que no saben resolver, arrastra a la pobreza cada vez a mayor número de colectivos y de ciudadanos. Nos estamos quedando sin clases medias que, súbitamente empobrecidas, caminan hacia la destrucción sin remedio de su propio tejido social.
Hoy que las empresas cierran, despiden empleados y dejan de pagar a sus acreedores; hoy que las empresas, base en la que se asienta la economía occidental, no venden apenas; hoy que el comercio se paraliza y las existencias crecen y crecen sin salida posible; hoy que nadie compra nada porque casi nadie tiene dinero para comprar y porque el temor y la inseguridad se han apoderado de los que aun disponen de él; hoy, crece y crece también el número de los que poco o nada tienen, de los olvidados del Estado de Bienestar.
En las grandes barriadas de los arrabales de la ciudad, en los barrios marginales de todas y cada una de nuestras poblaciones, crece la pobreza, el desempleo, la inseguridad y la violencia. El Estado del Bienestar ha desaparecido y ha dejado tras de sí un ejército de huérfanos.
Estos desheredados de la tierra pululan por aquí y por allá en silencio, ignorados por la España oficial.
Los bares-tugurio se llenan desde primeras horas de la mañana. Resignados a una suerte incierta, jubilados y parados matan la preocupación en juegos de dominó y en carajillos de ánimo corto y largo olvido.
Las puertas de los mercados se hallan llenas de gentío. Hombres jóvenes y no tan jóvenes pululan por allí. Dentro, cada vez menos personas compran lo que cada vez es más barato para que alcance a abastecer la necesaria mesa sostenida cada vez con mayor exclusividad por la escuálida pensión de la abuela para un cada vez mayor número de comensales.
Las colas del paro crecen y crecen, y crece, asimismo, el número de los desesperanzados que ya no van a la cola del paro. Crecen y crecen las visitas a la estrecha y oscura oficina de los Servicios Sociales, y crece y crece la ausencia de respuestas a las peticiones formuladas.
Una ONG de tradición, Cáritas, recupera hoy para miles de ciudadanos abandonados la última esperanza de alguna ayuda, secreta para el entorno, que permita la subsistencia unos días más. Y es que la pobreza avergüenza.
Cada vez hay más gente en los servicios de los hospitales porque la enfermedad crece junto a la pobreza y cada vez hay más gente que renuncia incluso a eso, y sobrelleva o se abandona en la soledad de sus casas a una penuria olvidada por el ya también casi olvidado Estado del Bienestar.
Silenciosos grupos de subsaharianos cruzan cada día escalera en mano, o sin ella, por las pinedas de los barrios residenciales. No hablan ni piden nada. Son apenas sombras. Tratan de conseguir las piñas de los pinos que les serán compradas por no se sabe quiénes al precio de algunas monedas, las que precisan para matar el hambre cada día. Viven bajo unos plásticos habilitados como vivienda en los campos de la periferia, sin agua ni luz, sin higiene, con la salud incierta que da la biología y la suerte, sin trabajo, sin familia, sin dinero, sin amigos, sin papeles, sin futuro… El Estado del Bienestar nunca les acogió y en estos momentos de necesidad son contemplados por los pobres nacionales como enemigos con quienes se ven obligados a compartir algo. Y crece el racismo.
Los Bancos han sacado a la venta a través de determinadas inmobiliarias los centenares de pisos arrebatados o abandonados por quienes no podían ya pagar sus hipotecas. Muchos de estos antiguos propietarios, sin trabajo y sin dinero, han abandonado un piso que no podían pagar ni sostener, han entregado las llaves al Banco y, liberados mentalmente de lo que no podían soportar, han vuelto a sus orígenes, allá, en el pueblo donde el abuelo aun conserva una casa, o más allá en el país de origen, abandonando aquí el sueño de una nueva y mejor vida que les trajo un día lejano.
Solo los funcionarios callan y conservan su, para algunos exiguo tesoro, amparados por sindicatos de castas y reivindicaciones económicas que han abandonado descaradamente a otros colectivos. Y allí, algunos precariamente resguardados, otros muchos, generalmente los de escalafones inferiores, con escasa holgura, son sabedores de cuanto hay detrás del muro; otros, situados más arriba, permanecen ajenos, como siempre, a todo lo que esté al margen de su propia seguridad, su propio confort, su propio bienestar; algunos pocos aplicándose más que nunca a un servicio público que cada vez sirve menos y peor.
Allá lejos, muy lejos, casi perdido, el Estado del Bienestar.
Pero en la España oficial interesan otros temas:
Acabamos de descubrir que la salida de la crisis pasa por la Ley de Economía Sostenible, última ocurrencia de nuestro sin par Presidente para cambiar el modelo económico español que nos sacará a todos de esta crisis mortal en que nos ha sumido el cambio climático. ¡Y el resto de Europa, sin enterarse ni de las causas de la crisis ni de la “receta” para salir de ella!
También en el Congreso, los que nos representan a todos, han estado estos días muy atareados. Han estado ocupados en aprobar, a instancias de ERC (en pacto con el PSOE), una cuestión de la máxima urgencia: instar al Gobierno a retirar los crucifijos de las escuelas. Y es que ofuscados, como estamos, por menudencias, ¡ni nos habíamos dado cuenta de que estaban ahí! Ellos sí, los padres de la patria, atentos como están siempre a las necesidades de esos hijos a los que representan sí han advertido con prontitud cuales son ellas y se aprestan a satisfacerlas. ¡No más crucifijos en las escuelas¡ ¡Que se preparen los Belenes y otras manifestaciones de nuestra historia cultural!
Y en la Cataluña oficial pasa otro tanto.
La prensa, esa prensa cuyo deber primordial debería ser informar, urde, trama, se compincha bajo auspicios sospechados y se sube al carro político para agradar a sus benefactores (aquellos de quienes recibe subvenciones, anuncios y suscripciones) y dar por sentada una afrenta a la “dignidad” de la entelequia en la que, queramos o no, nos meten a todos sin pedirnos permiso e ignorando por completo la otra dignidad, la de aquellos otros ciudadanos de Cataluña sumidos en el abandono, la necesidad y la ausencia de derechos. Y es que, ya se sabe, lo importante es lo importante. Y lo otro no lo es.
Y entre lo importante está el “fer costat” a los amigos. La clase dirigente silencia e ignora todo cuanto le es posible los últimos escándalos de corrupciones aun no cerrados, casos Palau, caso Pretoria, ¡ya ni hablamos del tres por cien!… Todos los imputados y sospechosos de los mismos configuran una larga lista de pertenecientes a la casta dirigente de esa Cataluña tan digna que excluye de su seno y arroja de su amparo la dignidad de tantos de sus ciudadanos… Todos ellos miembros de esa unida clase dirigente que se apoya y se protege. Por eso, nadie sabía nada o alguien, tal vez muchos, cerraron los ojos para no advertirlo. Nada sabían y nada percibieron; los tenían al lado pero nada advirtieron antes y callan ahora tratando de salvar el prestigio de la casta.
Mientras tanto, gran número de municipios catalanes se suman a un ridículo referéndum orquestado por unos poderes públicos que no hallan causa de preocupación en la situación de los colectivos y los individuos de la Cataluña real.
Esto es cuanto interesa a la oficialidad y de cuanto se hacen eco los periódicos.
Lo otro, lo de más arriba, ni es de interés ni merece la atención de la prensa, ya sabéis, carece de “dignidad”, de esa “dignidad” que sí tiene esa irreal, arbitraria e inhumana Cataluña que se están inventando unos pocos...
En nuestro país, el Estado del Bienestar ha dejado al margen a amplias capas de la población y, en los últimos tiempos, el bienestar más general se ha limitado tanto que alcanza solo a algunas capas de esa población.
Esta crisis, que no sé si nuestros gobernantes con su impericia, su negligencia o su ambición han podido provocar pero que sí estoy segura de que no saben resolver, arrastra a la pobreza cada vez a mayor número de colectivos y de ciudadanos. Nos estamos quedando sin clases medias que, súbitamente empobrecidas, caminan hacia la destrucción sin remedio de su propio tejido social.
Hoy que las empresas cierran, despiden empleados y dejan de pagar a sus acreedores; hoy que las empresas, base en la que se asienta la economía occidental, no venden apenas; hoy que el comercio se paraliza y las existencias crecen y crecen sin salida posible; hoy que nadie compra nada porque casi nadie tiene dinero para comprar y porque el temor y la inseguridad se han apoderado de los que aun disponen de él; hoy, crece y crece también el número de los que poco o nada tienen, de los olvidados del Estado de Bienestar.
En las grandes barriadas de los arrabales de la ciudad, en los barrios marginales de todas y cada una de nuestras poblaciones, crece la pobreza, el desempleo, la inseguridad y la violencia. El Estado del Bienestar ha desaparecido y ha dejado tras de sí un ejército de huérfanos.
Estos desheredados de la tierra pululan por aquí y por allá en silencio, ignorados por la España oficial.
Los bares-tugurio se llenan desde primeras horas de la mañana. Resignados a una suerte incierta, jubilados y parados matan la preocupación en juegos de dominó y en carajillos de ánimo corto y largo olvido.
Las puertas de los mercados se hallan llenas de gentío. Hombres jóvenes y no tan jóvenes pululan por allí. Dentro, cada vez menos personas compran lo que cada vez es más barato para que alcance a abastecer la necesaria mesa sostenida cada vez con mayor exclusividad por la escuálida pensión de la abuela para un cada vez mayor número de comensales.
Las colas del paro crecen y crecen, y crece, asimismo, el número de los desesperanzados que ya no van a la cola del paro. Crecen y crecen las visitas a la estrecha y oscura oficina de los Servicios Sociales, y crece y crece la ausencia de respuestas a las peticiones formuladas.
Una ONG de tradición, Cáritas, recupera hoy para miles de ciudadanos abandonados la última esperanza de alguna ayuda, secreta para el entorno, que permita la subsistencia unos días más. Y es que la pobreza avergüenza.
Cada vez hay más gente en los servicios de los hospitales porque la enfermedad crece junto a la pobreza y cada vez hay más gente que renuncia incluso a eso, y sobrelleva o se abandona en la soledad de sus casas a una penuria olvidada por el ya también casi olvidado Estado del Bienestar.
Silenciosos grupos de subsaharianos cruzan cada día escalera en mano, o sin ella, por las pinedas de los barrios residenciales. No hablan ni piden nada. Son apenas sombras. Tratan de conseguir las piñas de los pinos que les serán compradas por no se sabe quiénes al precio de algunas monedas, las que precisan para matar el hambre cada día. Viven bajo unos plásticos habilitados como vivienda en los campos de la periferia, sin agua ni luz, sin higiene, con la salud incierta que da la biología y la suerte, sin trabajo, sin familia, sin dinero, sin amigos, sin papeles, sin futuro… El Estado del Bienestar nunca les acogió y en estos momentos de necesidad son contemplados por los pobres nacionales como enemigos con quienes se ven obligados a compartir algo. Y crece el racismo.
Los Bancos han sacado a la venta a través de determinadas inmobiliarias los centenares de pisos arrebatados o abandonados por quienes no podían ya pagar sus hipotecas. Muchos de estos antiguos propietarios, sin trabajo y sin dinero, han abandonado un piso que no podían pagar ni sostener, han entregado las llaves al Banco y, liberados mentalmente de lo que no podían soportar, han vuelto a sus orígenes, allá, en el pueblo donde el abuelo aun conserva una casa, o más allá en el país de origen, abandonando aquí el sueño de una nueva y mejor vida que les trajo un día lejano.
Solo los funcionarios callan y conservan su, para algunos exiguo tesoro, amparados por sindicatos de castas y reivindicaciones económicas que han abandonado descaradamente a otros colectivos. Y allí, algunos precariamente resguardados, otros muchos, generalmente los de escalafones inferiores, con escasa holgura, son sabedores de cuanto hay detrás del muro; otros, situados más arriba, permanecen ajenos, como siempre, a todo lo que esté al margen de su propia seguridad, su propio confort, su propio bienestar; algunos pocos aplicándose más que nunca a un servicio público que cada vez sirve menos y peor.
Allá lejos, muy lejos, casi perdido, el Estado del Bienestar.
Pero en la España oficial interesan otros temas:
Acabamos de descubrir que la salida de la crisis pasa por la Ley de Economía Sostenible, última ocurrencia de nuestro sin par Presidente para cambiar el modelo económico español que nos sacará a todos de esta crisis mortal en que nos ha sumido el cambio climático. ¡Y el resto de Europa, sin enterarse ni de las causas de la crisis ni de la “receta” para salir de ella!
También en el Congreso, los que nos representan a todos, han estado estos días muy atareados. Han estado ocupados en aprobar, a instancias de ERC (en pacto con el PSOE), una cuestión de la máxima urgencia: instar al Gobierno a retirar los crucifijos de las escuelas. Y es que ofuscados, como estamos, por menudencias, ¡ni nos habíamos dado cuenta de que estaban ahí! Ellos sí, los padres de la patria, atentos como están siempre a las necesidades de esos hijos a los que representan sí han advertido con prontitud cuales son ellas y se aprestan a satisfacerlas. ¡No más crucifijos en las escuelas¡ ¡Que se preparen los Belenes y otras manifestaciones de nuestra historia cultural!
Y en la Cataluña oficial pasa otro tanto.
La prensa, esa prensa cuyo deber primordial debería ser informar, urde, trama, se compincha bajo auspicios sospechados y se sube al carro político para agradar a sus benefactores (aquellos de quienes recibe subvenciones, anuncios y suscripciones) y dar por sentada una afrenta a la “dignidad” de la entelequia en la que, queramos o no, nos meten a todos sin pedirnos permiso e ignorando por completo la otra dignidad, la de aquellos otros ciudadanos de Cataluña sumidos en el abandono, la necesidad y la ausencia de derechos. Y es que, ya se sabe, lo importante es lo importante. Y lo otro no lo es.
Y entre lo importante está el “fer costat” a los amigos. La clase dirigente silencia e ignora todo cuanto le es posible los últimos escándalos de corrupciones aun no cerrados, casos Palau, caso Pretoria, ¡ya ni hablamos del tres por cien!… Todos los imputados y sospechosos de los mismos configuran una larga lista de pertenecientes a la casta dirigente de esa Cataluña tan digna que excluye de su seno y arroja de su amparo la dignidad de tantos de sus ciudadanos… Todos ellos miembros de esa unida clase dirigente que se apoya y se protege. Por eso, nadie sabía nada o alguien, tal vez muchos, cerraron los ojos para no advertirlo. Nada sabían y nada percibieron; los tenían al lado pero nada advirtieron antes y callan ahora tratando de salvar el prestigio de la casta.
Mientras tanto, gran número de municipios catalanes se suman a un ridículo referéndum orquestado por unos poderes públicos que no hallan causa de preocupación en la situación de los colectivos y los individuos de la Cataluña real.
Esto es cuanto interesa a la oficialidad y de cuanto se hacen eco los periódicos.
Lo otro, lo de más arriba, ni es de interés ni merece la atención de la prensa, ya sabéis, carece de “dignidad”, de esa “dignidad” que sí tiene esa irreal, arbitraria e inhumana Cataluña que se están inventando unos pocos...
María José Peña
***