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El primer libro que leí de Ian Gibson fue ‘Ligero de equipaje’ una espléndida biografía de Antonio Machado. Sus capítulos finales impresionan por la tristeza infinita que el autor imprime a la muerte del poeta y de su madre, en el exilio. Del hispanista volví a repetir en ‘Cuatro poetas en Guerra’ que trata sobre la experiencia y vivencias de Machado, Juan Ramón, Miguel Hernández y Lorca, durante el conflicto fratricida, típicamente español, del primer tercio del S.XX. En los capítulos referidos a Lorca expone Gibson, con detalle, su prendimiento y muerte y describe cuidadosamente el lugar donde, con toda probabilidad, los verdugos enterraron al universal dramaturgo junto con otros malaventurados republicanos. Espoleado por la curiosidad que destapó la lectura del mencionado episodio, sin atender las predicciones del tiempo que desaconsejaban una excursión en la que predominaba lo visual -por las vistas panorámicas que la Sierra de Huétor ofrece- sobre lo etnográfico o gastronómico, decidí recorrer la zona asumiendo el riesgo y me encaminé por la carretera secundaria que une Víznar y Alfacar. A un par de kilómetros -ojo de buen cubero- de la salida de Víznar se encuentra la señalización del comienzo de un sendero que recorre el Barranco de Víznar junto con algunas cañadas de singular belleza. Dejé a mi derecha el sendero y proseguí mi camino hasta la Fuente Grande, en el término municipal de Alfacar, antigua alquería famosa por sus hornos de pan de excelente calidad (de esto hablaremos otro día), poco antes de llegar a la fuente -loada en versos maravillosamente por Ibn al-Jatib- topo, también a la derecha, con el parque García Lorca situado en un recodo de la carretera y decido parar a visitarlo detenidamente a la vuelta, así que continúo hasta llegar, unos pocos cientos de metros más allá, a la pequeña charca de agua transparente que en tiempos creían de propiedades mágicas y que abastecía el barrio granadino del Albaycín. Fotos, charla, risas, paseo y vuelta hacia el parque. Tiene el lugar una placeta circular de empedrado típico andaluz, ‘chinorro’ blanco y gris combinado para, puesto de canto, hacer distintos dibujos y figuras, y un entramado de pequeñas conducciones de agua que van a coincidir en una humilde cascada situada en un trozo de arco del redondel, huelga decir que toda la ingeniería y máquina ideada para hacer circular el agua fracasaba por desuso y falta de mantenimiento. Pero el objeto principal de mi prurito era un monolito ubicado en una esquina del parque, cerca del vallado y en una parte muy próxima a la carretera. Me hice una foto junto al monolito poco después de leer el recordatorio grabado en la piedra mientras la tristeza de evocar lo ocurrido allí hace setenta y dos años me embargaba. Memoricé la frase: “A la memoria de Federico García Lorca y de todas las víctimas de la Guerra Civil. 1936-1939”. Así, sin más, sin distinciones, sin separar a las víctimas de uno y otro bando; no sé quién es el propietario del parque, ni de quién es la competencia, si del ayuntamiento de Alfacar, de la Diputación, de la Comunidad Autónoma, tampoco sé el signo político del que decidió la inscripción a grabar en la roca, ni me importa ni tengo ganas de averiguarlo, pero ante la grandeza de aunar a las víctimas en un solo cuerpo, aunque los que estén enterrados sean sólo republicanos, no pienso poner pegas. A mí me basta.
Gibson se equivocaba, ya sabemos que no está enterrado ahí, ¿qué hemos ganado con ello?, nada, simplemente, ahora, el lugar ha perdido su magia.
Gibson se equivocaba, ya sabemos que no está enterrado ahí, ¿qué hemos ganado con ello?, nada, simplemente, ahora, el lugar ha perdido su magia.
A. Sánchez Ponce
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