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El Butoni de mi tierra, el Butoni de mi niñez, igual que el Chichinero, el Hombre del Saco, el Coco, el Sacamantecas o tantos otros de otras tierras y otras niñeces, era un personaje siniestro e imaginario con un cometido concreto: asustar a los pequeños.
Debía de ser un personaje bastante cómodo para los padres y abuelos, ya que, en aquellos tiempos de escaso tráfico rodado, en que sus hijos se criaban sueltos por la calle, servían para señalar los límites territoriales que los chiquillos no podían propasar, evitando así la incómoda misión a sus mayores de tener que estar permanentemente ojo avizor.
En cuanto a la apariencia de los personajes, poco se puede decir, ya que, ni aún en el caso más antropomórfico, que sería el del Hombre del Saco, su silueta estaría deformada por los bultos del costal que obligatoriamente acarreaba sobre sus hombros, y que, en la distante oscuridad en que los chavales podían verlo antes de salir pitando, le conferiría un perfil lleno de bultos deformes; bultos que, casualmente, parece que son los que dan origen etimológicamente al Butoni... lo que son las cosas.
Cualquiera diría que esos monstruos de la infancia deberían desaparecer una vez superada esa etapa de la vida; pero, por lo visto,” bien” orientada esa etapa puede alargarse indefinidamente. Sólo es preciso cambiar la informe amenaza por otras formas adecuadas a los objetivos de quienes se arrogan la potestad de ocupar el lugar de los padres y, por ejemplo, donde antes se decía Butoni, Hombre del Saco, Chichinero, etc., ahora se dirá Madrit: “¡Cuidado que viene Madrit!”, “¡expulsemos a Madrit!”, “que Madrit nos quiere sacar las mantecas”, etc,... Y los niños, devenidos en niños eternos, junto con algún productor de babas natural, serán capaces de las mayores tropelías con tal de plantar digna pugna a cualquier execrable monstruo invasor, por irreal que sea; aunque el monstruo no sea más que un bulto, una sombra indefinida: una proyección de nuestros miedos: el Butoni.
Y colorín colorado...
Debía de ser un personaje bastante cómodo para los padres y abuelos, ya que, en aquellos tiempos de escaso tráfico rodado, en que sus hijos se criaban sueltos por la calle, servían para señalar los límites territoriales que los chiquillos no podían propasar, evitando así la incómoda misión a sus mayores de tener que estar permanentemente ojo avizor.
En cuanto a la apariencia de los personajes, poco se puede decir, ya que, ni aún en el caso más antropomórfico, que sería el del Hombre del Saco, su silueta estaría deformada por los bultos del costal que obligatoriamente acarreaba sobre sus hombros, y que, en la distante oscuridad en que los chavales podían verlo antes de salir pitando, le conferiría un perfil lleno de bultos deformes; bultos que, casualmente, parece que son los que dan origen etimológicamente al Butoni... lo que son las cosas.
Cualquiera diría que esos monstruos de la infancia deberían desaparecer una vez superada esa etapa de la vida; pero, por lo visto,” bien” orientada esa etapa puede alargarse indefinidamente. Sólo es preciso cambiar la informe amenaza por otras formas adecuadas a los objetivos de quienes se arrogan la potestad de ocupar el lugar de los padres y, por ejemplo, donde antes se decía Butoni, Hombre del Saco, Chichinero, etc., ahora se dirá Madrit: “¡Cuidado que viene Madrit!”, “¡expulsemos a Madrit!”, “que Madrit nos quiere sacar las mantecas”, etc,... Y los niños, devenidos en niños eternos, junto con algún productor de babas natural, serán capaces de las mayores tropelías con tal de plantar digna pugna a cualquier execrable monstruo invasor, por irreal que sea; aunque el monstruo no sea más que un bulto, una sombra indefinida: una proyección de nuestros miedos: el Butoni.
Y colorín colorado...
Juan Alonso
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