Anda escaso el gobierno de plata en la faltriquera y de credibilidad en los mercados y quiere, debido a ello, meter mano al bolsillo, ya de por sí exiguo y maltrecho por la crisis, de la gente. Si bien es cierto que el estado del bienestar del que disfrutamos se consigue a través de los impuestos y cuando la coyuntura lo exige, como ahora es el caso, no hay más remedio que subirlos, lo que es discutible no es, pues, esta inminente subida, sino que sea el IVA el sujeto de la excepcional medida (ya veremos si cuando vengan bien dadas retorna a su valor), que es precisamente el impuesto al consumo, el que grava a todos por igual sin tener en cuenta el nivel de renta de cada uno.
Es comprensible que sea un sapo de mal tragar para el PSOE, debido al carácter no proporcional de este impuesto indirecto y de la voluntad por parte del gobierno de que sea ese y no otro el que se vaya a revisar, aunque cierre filas con Zapatero y sus ministros; esperada, pues, la postura de la izquierda minoritaria en contra de la subida del IVA prevista, ya sin remisión, para el próximo verano, teniendo en cuenta que la actuación va a descargar, sobre todo, en las espaldas de las clases medias y bajas, agobiadas por el bajo salario, la precariedad laboral y la excesiva tasa de desempleo.
Menos comprensible ha sido la escenificación de un pacto, no querido por nadie excepto por el Rey -creación de una comisión de un increíble mes de duración, inclusive- que ha supuesto una pérdida de tiempo y energías valiosos, que podrían haberse aprovechado para otros menesteres más productivos dada la delicada situación que atravesamos; otra vez más la galería ha primado sobre el tajo.
Los acontecimientos desbordan y no es momento de convidados de piedra ni de brindis al sol, experimentar en carne propia la sentencia de Per Abbat “Mala cueta es señores aver mingua de pan”, es muy duro para un gobierno ahogado por el elevado índice de paro que llega ya al 19% y un alto déficit que corregir, pero, a fe, que no lo es menos para una población esquilmada y maltratada no sólo por la situación económica, que, no habiendo sido provocada por los políticos, no saben cómo atajarla, sino también por la corrupción continua -y continuada- asentada en su seno. ¡Las palabras, cera, los hechos, acero!, está bien que hayan abandonado, por fin, la cera, pero, ya que toman el acero, no yerren en la estocada.
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