Durante los recientes carnavales ha sido un espectáculo presenciar cómo tal fiesta ha sido la excusa perfecta para por unos días o por unas horas, lanzarse a abandonar y ocultar lo que se es con el deseo de crear la ficción de lo que por unos días o por unas horas, o por toda la vida, ¡quién sabe!, se quisiera ser. El juego esconde el febril y liberador deseo de fingir otra realidad cuando de la real se quiere huir.
Me detuve en pensar cuán semejante es, en la Cataluña actual, el comportamiento de muchos de los que detentan el poder político, también de quienes lo sufren, y cómo, unos y otros, se adentran en el carnaval de olvidar lo que son (y que lo olviden los demás) y de crear la ficción (y que la crean los demás) de lo que quisieran ser.
Y es que esta Cataluña en la que vivimos, la de la imposición nacionalista, la de la desconfianza y el miedo, la que cierra los ojos ante lo que está pasando, se presta al teatro, a la apariencia de lo que no es, y a la ocultación de lo que sí es.
Pero, mientras el poder nacionalista sigue construyendo su estado nacional, muchos de los que se quedan viven atenazados por la limitación de derechos, por las imposiciones, por el miedo, o, en otros casos, por la actitud de cerrar puertas y ventanas al conocimiento de lo que ocurre. Y cuando hay miedo o temor, hay silencio. Y cuando no se sabe qué hacer, se permanece quieto. Y cuando no se sabe qué decir, se calla.
Y así vivimos aquí.
El poder nacionalista no desea reconocer su imposición, y urde tretas y artimañas, juegos de palabras, artificios y piruetas legales de dudosa legalidad para disimular la imposición lingüística, la coerción, la sanción, en definitiva, la limitación de derechos hacia la mitad, al menos, de la sociedad catalana. Pero con lenguaje de corderillo manso, sin abandonar los hechos que consuman la imposición, aquí o allá, en el Parlamento español, finge ser quien no es: el poder político interesado por el progreso de todos y respetuoso con los derechos de cualquiera. Pero no es así. Va disfrazado; no quiere ser cosa distinta a lo que es, pero sí quiere engañar sobre sus intenciones. Así vivimos.
Una parte de nuestra sociedad, aquella a quien se le han impuesto ya demasiadas restricciones en materia de libertad e igualdad, demasiada coerción y demasiada sanción como para que sean capaces de hablar de estos temas sin reservas, calla, entre la conformidad y la impotencia. Es quizá más fácil ceder, y se da así el primer paso atrás. Pero no bastará, y el camino hacia la aceptación del atropello se habrá ya iniciado. Seguirá una nueva imposición y un nuevo paso atrás.
Otros optan por no reparar demasiado en lo que acontece, en mirar hacia otro lugar o en dejarse mecer cansinamente por el lenguaje oficial, confiando en que lo mejor es que la vida sea como nos la presentan. La Austria de fin de siglo, la del Imperio Austrohúngaro, vivía entregada al baile, al torbellino de la danza, al vals “Danubio azul”; decidida a ignorar que a sus pies el imperio se derrumbaba. Y se derrumbó. Aquí hablamos de fútbol mientras se practica la secesión de la sociedad y la eliminación de los derechos de una parte de ella. Disfrazados de hadas, de príncipes o princesas, de belleza y maravilla, los que se empecinan en mirar hacia otro lado esconden bajo el disfraz la cobardía de su vida diaria y, fingiendo lo que quisieran fuese y no es, se olvidan y esconden lo que de verdad es. Así seguimos viviendo.
Así es la vida de hoy en Cataluña, conviviendo con la irrenunciable imposición del poder nacionalista, con la desconfianza y el miedo de unos; con el mirar hacia otra parte de otros; con la terrible pérdida para todos. Ya no somos quienes fuimos; desgraciadamente ésta es la antesala de un Estado en el que lo español será extranjero. Y enemigo. A ello han contribuido espléndidamente los colaboradores, los que siendo otra cosa esconden lo que son para asemejarse a quienes quisieran ser.
Sólo un pequeño núcleo, de escaso eco mediático, permanece activo, ajeno a la feria del disfraz.
Para dentro de unos meses, aunque entonces sea noviembre, iniciaremos una nueva fiesta de carnaval. Y todos fingirán de nuevo, con mayor empeño aun, ser lo que no son. Y todos ocultarán bajo el disfraz lo que de verdad son. Y así en el carnaval de la confusión, en el que nadie es lo que parece y muchos de los que parecen no son, tendremos, de nuevo, que escoger.
Ni la mentira nacionalista; ni el miedo castellanohablante de lo que se es o el deseo irrefrenable de no-castellanohablante que se quisiera ser; ni la aceptación culposa de la imposición que no debiera ser, nos librarán de errar en la elección.
Es preciso retirar máscaras, y enfrentarse a la verdad, a la única verdad, a la verdad de que un poder nacionalista de férreas intenciones de construcción nacional de lo catalán, lima y acobarda a la sociedad civil; y que frente a ello unos temen y ceden y otros aceptan o colaboran. Esa es la verdad, la que emerge de debajo del disfraz. Pero con los demás poderes públicos silenciosos o entregados me temo que cuando llegue el momento nada será lo que debiera ser y que el carnaval, aunque sea ya noviembre, proseguirá.
A los no nacionalistas nos corresponde, sin embargo, la labor de desenmascarar a todos los que participan del carnaval. Muy especialmente, a quienes lo organizan. Así que ¡máscaras al suelo¡ y para todos algo sencillo y claro ¡agua y jabón¡
María José Peña
2 de Marzo de 2010
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