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Resulta curioso contrastar las actuales agonías del PSC, cuando las encuestas le pronostican magros resultados, con la prepotencia e indiferencia mostrada a lo largo de años y más años con las voces críticas de su propia militancia.
En efecto, hace demasiado tiempo que militantes concienciados y reflexivos han venido mostrando en la vida cotidiana de las agrupaciones y en la elaboración de documentos dirigidos a los congresos y a los dirigentes sus diferencias con la línea ideológica del partido. La verdad es que con escaso o nulo resultado. Parece que las voces críticas se acallaron tiempo ha.
La vida interna discrepante se hace demasiado inhóspita cuando se le aplican, sucesiva y reiteradamente, las disciplinas correctoras habituales en toda organización de estructura interna autoritaria, desde el ninguneo hasta la expulsión, pasando por una norma de representación interna, el famoso 25/75, que imposibilita cualquier atisbo de discrepancia con el aparato. Todo ello con una apariencia de democracia interna de escaparate. Así, las sucesivas apariciones de discrepancia honesta se orillan y sus sostenedores acaban desapareciendo, primero de la presencia en su agrupación y después, poco a poco, de los censos correspondientes.
Pero claro, son muchas las personas que se arriman a un partido porque creen que su cuota de responsabilidad con la sociedad se puede canalizar a través de estas instituciones. No siempre el abandono de unas siglas significa quedarse en casa. Por fortuna, quienes sienten esta inquietud, se acaban “buscando la vida” a través de otros partidos, asociaciones y colectivos varios.
Hoy se nos presenta una opción de participación y de voto más amplia que hace unos años. Por fortuna, ya no tendría sentido la “machada” determinista de un notable del PSC que, ante las protestas de gentes de izquierda renuentes a aceptar la teoría y praxis de deriva nacionalista de este partido, espetó ¡…y a quién van a votar si no nos votan a nosotros!
De aquella prepotencia, los temores del presente. Aunque el panorama político catalán lleva años amordazado y controlado por la alianza, no escrita en público hasta el pacto del Tinell, de los partidos que componen el llamado PUC, Partido Único Catalán (CiU, ERC, PSC e IC), aparecen otras formaciones, C’s, UPyD (e incluso un PP menos temeroso de su exclusión a los infiernos) que pueden ir canalizando la desaprobación acumulada por la vía del voto activo en vez de por la abstención.
De aquellos tiempos de prepotencia surgieron, al principio, las corrientes internas discrepantes Izquierda Socialista y Redreçament. De la primera se podría decir que aún colea, más bien poco, al ser asumida por el engranaje del aparato y asimilada a un “centre d’estudis”. La segunda fue más efímera, con menor esqueleto de ideas y más interesada en la dinámica municipal (alguna gratificación obtuvo vía “federació d’associacions de veïns”.
Posteriormente se han significado Ágora Socialista y Socialistas en Positivo, ambas represaliadas con dureza y desaparecidas en tanto que corrientes bajo el paraguas del PSC. Ágora optó por convertirse en una asociación independiente y soberana, permitiendo que sus socios adoptaran la militancia política que creyeran oportuno. Así, algunos siguen afiliados al PSC, otros al PSOE (aprovechando vínculos parentales fuera de Cataluña), otros militan en CDS, C’s o UPyD; algunos, ni militan en partido alguno. Socialistas en Positivo cerró su actividad en tanto que grupo organizado y sus miembros más notables pasaron a militar en UPyD. Conviene señalar que tanto S+, como sobre todo Ágora, han producido doctrina, acción y documentación abundante, tanto por separado como cuando han trabajado conjuntamente.
De estas aportaciones de Ágora Socialista, en sus tiempos de foro interno del PSC, transcribimos el texto que sigue, en cursiva, elaborado como aportación al 9º congreso del PSC Abril del año 2000, bajo el título
SOCIALISMO E IDENTIDAD EN CATALUNYA
Alguien podría caer en la tentación de definir como éxito del PSC ser el primer partido en votos en las últimas elecciones autonómicas y el primero en votos y escaños en las recientes elecciones generales. Sin embargo, una aproximación realista descubre el alejamiento progresivo de este partido de su electorado natural y de su influencia en la política catalana.
En efecto, ya comentábamos las carencias en los resultados de las autonómicas: competir contra un oponente en declive y de discurso agotado, disfunción entre el papel del PSC como partido y el del candidato, campaña errática consecuencia de esta disfunción y de la relación entre el PSC y el PSOE, irrupción de “ciutadans per al canvi” e incógnitas del futuro de este grupo y su relación con el partido, ausencia de discurso real y de alternativas frente al otro candidato, falta de entusiasmo y de verdaderas ganas de victoria y persistencia de una abstención escandalosa y constante que, cada vez más, pone en entredicho una sociedad integrada, una “Catalunya de Tots” y, sobre todo, un liderazgo político preocupado por este hecho, que socava la base del partido y la de la misma democracia.
La verdad es que también las últimas elecciones han mostrado evidencias de que las cosas han cambiado en Cataluña y de que los cambios producidos no podrán ni disimularse con falsas euforias ni afrontarse con la repetición del mismo discurso con que se ha venido haciendo hasta ahora. Ya decíamos que explicar el desencuentro entre las propuestas de los partidos y el comportamiento de los ciudadanos provocaría más de un chirrido en la fundamentación teórica de la izquierda.
Ha empezado a caer el discurso del mito: “Catalunya o traición”. La primera ruptura de peso se produce con la irrupción de los manifiestos del llamado FORO BABEL; el posicionamiento de las ideas, la reconocida solvencia cívica, intelectual y política de sus integrantes, su explicación en actos públicos, en los medios de comunicación, y las conductas consiguientes han demostrado que es posible la discrepancia honesta a pesar del “secuestro” de voluntades existente.
La segunda ruptura se inició hace tiempo, en la intimidad de las urnas, con el traspaso directo de votos comunistas y socialistas al Partido Popular. Primero de forma escasa y casi anecdótica; pero en las pasadas generales, de forma claramente significativa. Más adelante...está por ver.
El hecho cierto es que “se ha levantado la veda” y que las fugas del pantano se pueden transformar en avalancha imparable. Es una manera de romper con ese secuestro, que obliga a votar nacionalismo si votas izquierda, aunque lo que quieras sea votar izquierda, pero no votar nacionalismo. Es la sabiduría intuitiva de denunciar la imposible conciliación conceptual entre izquierda y nacionalismo. Queda claro que el chantaje españolismo igual a traición e izquierda igual a nacionalismo, ya no podrá sostenerse.
¿Cómo se le puede pedir a una población, de manera reiterada e indefinida, fidelidad a unos partidos que, en lugar de conocer y defender sus intereses, la acaban conduciendo a una situación social de segunda?, ¿a qué divinidad hay que rendir estos sacrificios?
A pesar de la negación reiterada por los líderes de las formaciones de la izquierda, en Cataluña, tenemos que recurrir de nuevo a su composición sociológica, mayoritariamente de izquierdas, para explicar su comportamiento político. Es poco discutible el hecho de que sin el aporte inmigratorio de este siglo, la población actual de Cataluña rondaría los dos millones y cuarto o dos millones y medio. El hecho indudable es que, sin este aporte, nunca se habría acuñado la campaña “Som 6 milions...”
Esta realidad se vive básicamente de dos modos. Para los que crean, recrean y sostienen el discurso nacionalista de construcción nacional, el hecho tiene la virtud de ensanchar la demografía y los dividendos económicos y fiscales derivados de la actividad productiva y consumista, inherentes a todo crecimiento social. Pero al mismo tiempo, para el nacionalismo, este fenómeno no deja de ser una intrusión que dificulta y enlentece la cohesión y conclusión de su modelo de sociedad.
En efecto, si la identidad nacional requiere una lengua única, una manera básicamente uniforme de expresión social, en cuanto a hábitos, tradiciones, costumbres, etc., es decir, un conjunto de expresiones que amalgamen la pretendida diferencia cultural o “fet diferencial”, aquello que no se ajuste al modelo, no hace más que estorbarlo.
Con estos apriorismos se entiende el poco interés demostrado por los partidos nacionalistas y paranacionalistas en la integración efectiva de esa más que mitad de catalanes en la dinámica política y social, aún sabiendo, o debiendo saber, que ello conlleva una peligrosa precarización de la democracia. Sobre integración se objeta el tremendo esfuerzo desarrollado por Administración e instituciones...; esta objeción acaba siendo humo, ya que se parte del concepto de que integración es mimetismo silencioso, sin interacción; dicho de otro modo, la opción es que “lo que hay son lentejas...”
Por fortuna, hay otra forma de ver las cosas: Cataluña no es un recipiente predeterminado en el que para entrar hay que amoldarse al mismo. Es justo al contrario, Cataluña es la realidad resultante que surge en cada momento de la historia como consecuencia de la contribución, más o menos activa, más o menos consciente, de los ciudadanos que la conforman.
Por esta razón, cuando una realidad cultural y social de envergadura se integra en otra, no lo hace mimetizándose, sino transformando su naturaleza y, aunque a algunos les suene a blasfemia, enriqueciéndola.
Estas diferencias explicativas, a la hora de afrontar la realidad, muestran una querencia por los conceptos esencialistas, inamovibles, idealizados, teñidos de épica, falsos en fin, frente a una actitud dialéctica, aceptadora del dinamismo social, asumidora del cambio y la contingencia permanentes, propias de la naturaleza de la vida.
Las consecuencias de elegir un modelo explicativo u otro sobrepasan el terreno teorético y se muestran con crudeza en la práctica política y social.
En efecto, al haber unos catalanes que deben ser integrados, necesariamente otros catalanes se erigen en representantes del modelo integrador. Es decir, se convierten en el modelo normativo y, por ende, en el modelo de legitimidad. De manera que, se quiera o no, se produce una dualidad social entre catalanes “de verdad” y catalanes “aspirantes”, cuya homologación, además de la normalización requiere voluntad de ser.
A su vez, el veneno social sembrado de modo subyacente, al que en puridad se podría llamar fascismo, hace que aquellos que se sienten portadores de la legitimidad, por orígen , lengua y apellidos, no se limiten a la autocomplacencia íntima o al ejercicio de la tolerancia, sino que harán lo posible por hacer valer su diferencia, ya que les acabará favoreciendo en la competencia laboral, en el acceso al funcionariado y en la representatividad institucional (algo así ya ocurre en Andorra).
El PSC tiene que situarse claramente en otro discurso; en el discurso ejemplarmente asumido por la mayoría de la ciudadanía. A nuestro juicio tiene que situarse junto a las personas y no junto a los mitos. En este sentido, si quiere reconciliarse con su base social, aunque eso le lleve tiempo, tiene que dar una triple respuesta social:
· En cuanto a la plural identidad de los ciudadanos; lo que implica no sólo lugar de nacimiento, sino la “estética” expresada en lengua, nombres, apellidos y costumbres. Sus postulados no deben admitir sino la igualdad de legitimidad social, descartando todo intento de asumir como más “catalanas” unas características que otras.
· En cuanto la condición de trabajadores; debe combatir las condiciones entorpecedoras de la igualdad de oportunidades de realización laboral y profesional, derivadas del mayor o menor dominio de una u otra lengua de Cataluña, de un perfil “presentable” u otro, de unos patronímicos con más o menos “nissaga” (en realidad es urgente recuperar la idea de que la única causa que legitima a los ciudadanos frente a la sociedad es su condición de trabajadores, ya que esta condición ni se hereda ni se debe a razones ajenas al mérito de los individuos. Por otra parte, el trabajo es la verdadera fuerza de transformación de la realidad y de la acomodación de ésta a las necesidades de las personas).
· En cuanto a la representación política; debe trabajar para que la verdadera convivencia, la verdadera “Catalunya de tots” se logre cuando sea tan normal que el presidente de la Generalitat, o cualquier otro representante político, se llame Pujol o Cerrillo, Jordi o Jorge, hable catalán o castellano. En esto, como en todo, hay que empezar dando ejemplo.
Por esta forma de interpretar y de modificar la realidad apostamos desde Ágora Socialista. Abril del año 2000.
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Creo que el lector, si ha tenido la paciencia de leer este largo artículo, podrá comprender mejor el estado en que se encuentra el PSC, semejante al que sufre quien se ha instalado en el delirio de un universo inexistente y se niega a admitir la realidad que, tercamente, le está aguardando.Al mismo tiempo, podrá valorar que el mantenimiento de las ideas, incluso en condiciones de dura adversidad, permite a las personas que aguantan, en este caso a las de AGORA SOCIALISTA, sentirse reconfortadas y gratificadas, porque tanto los hechos, como el refuerzo del Tribunal Constitucional, vayan poniendo las cosas en su sitio; como en su sitio deben quedar los que en breve pueden pagar su empecinamiento con aquello que más les duele: un tremendo varapalo electoral.
Olegario Ortega Justicia
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